Historia de Bogotá: Santa Clara en Monserrate y millonario Carlos Navarro - Bogotá - ELTIEMPO.COM

2022-06-19 00:02:18 By : Ms. Susie Wang

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Esta es la fachada de la casa Santa Clara.

Milton Díaz. EL TIEMPO

Esta es la fachada de la casa Santa Clara.

Milton Díaz. EL TIEMPO

Esta es la increíble historia del ahora restaurante Santa Clara. Bogotá desconocida: entrega uno.

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La casa en el aire sí existe. Pasa inadvertida y desconocida. Por sus cientos de pequeñas ventanas, siempre empañadas por la lluvia y el rocío, entra el rayo de luz. Sus paredes son maderas de color blanco que se mueven por el viento helado que las golpea intensamente.

Al asomarse por su balcón se ve a lo largo de los 33 kilómetros de una inmensa mole de cemento. Y aunque nadie lo crea, está aquí mismo, en Bogotá.

Ayer volvimos a ver a don Carlos Navarro sin guardaespaldas, en la sola compañía de la muerte

La historia de la Santa Clara es más fantástica que la mismísima canción de Rafael Escalona. Y aunque no la sostienen propiamente los angelitos, sí está ligada con la Iglesia, justo en la cima del mayor símbolo de la ciudad: el cerro de Monserrate.

Desde la plaza de Bolívar se divisa la cúpula de la iglesia del Señor Caído y apenas se asoma con timidez un punto blanco que es la propia casa Santa Clara. Al subir la montaña, a 3.152 metros de altitud, sí se ve el esplendor de esta mansión.

Esta es la entrada de la casa Santa Clara.

Milton Díaz / EL TIEMPO

Las tejas de barro desgastado por tantos años, las paredes de maderas impecables, los ventanales pequeños desde donde se divisa la ciudad y unas columnas, también de madera, que le dan el toque de elegancia a lo que pareciera que fuera un pequeño palacio de dos niveles.

(Puede leer: El Cerro de Guadalupe, uno de los lugares icónicos de la cultura en Bogotá).

Al entrar aparece un enorme salón de pisos color café, repleto por sillas y mesas. Al bajar por unas escaleras de madera con acabados perfectos, se llega a un espacio rodeado de vegetación, pájaros y un tapizado de color gris.

Este es el salón principal de la casa Santa Clara.

Milton Díaz / EL TIEMPO

De las paredes, también blancas, cuelgan algunas fotografías históricas y a blanco y negro de la capital: Monserrate desde la Quinta de Bolívar, cuando esta montaña era un peladero; la plaza de Bolívar con gente paseando en coches a caballo; y esta misma casa antes de que la clavaran en el cerro.

La historia de la casa se cree que inició hace más de 100 años. Bogotá, como buena gran ciudad, es excéntrica y llena de curiosidades.

Entre tantos hechos pintorescos está el del olvidado Carlos Secundino Navarro Menéndez, uno de los más acaudalados hombres del siglo 20 en el país, cuya fortuna e importancia para la época eran comparables con la de Nemesio Camacho y Pepe Sierra.

El doctor Navarrito, como era conocido, vivió por más de 27 años en París, donde además de ejercer como abogado estudió filosofía y vivió una vida bohemia.

Carlos Navarro, millonario bogotano del siglo 20.

El historiador Carlos ‘Toto’ Sánchez, embajador gastronómico de Restaurantes Monserrate, cuenta que en ese entonces el ‘cachaco’ quería ser europeo. Las personas con poder económico comienzan a viajar al Viejo Continente y por imitación traen las formas de vestir, de comer y de vivir.

Así, de a poco, se deja la tradicional ruana para adoptar el abrigo y el sombrero.

(Le puede interesar: Cinco datos curiosos que no conocía del cerro de Monserrate).

Sobre la casa, dice ‘Toto’, hay dos historias: una de ellas más fascinante que la otra, pero con un final igualmente increíble sobre cómo termina llegando a Monserrate.

En medio de esos cambios socioculturales, Navarro vuelve a Colombia desde Francia, se casa con Isabel Sordo y –enamorado de un pequeño palacio parisino– decide, supuestamente, traerse esa casa para instalarla en sus inmensas tierras de Bogotá.

Esta es una de las partes laterales de la Santa Clara, sobre el acantilado.

Milton Díaz / EL TIEMPO

¿Cómo es posible hacer eso? ‘Toto’ Sánchez cuenta que lo que dicen es que Navarro compra la casa de París, la cual es de estilo art déco, y se obsesiona con traerla a Colombia. Con ese objetivo, el millonario habría contratado a un ingeniero que se encarga de hacer posibles sus locuras.

Como la casa es de madera, desarmaron cada una de sus partes en París y la montaron en un barco con destino a Puerto Colombia, Atlántico. Y si eso parece difícil, lo que venía era aún más complicado.

Así es la parte interior del café de la Santa Clara.

Milton Díaz / EL TIEMPO

Por la obstinación de Navarro, los obreros llevaron las partes de la casa hasta el río Magdalena a otra embarcación, para que en ese barco trasladaran la casa hacia Honda, en Tolima, desde donde se cargaron a lomo de mula –según le cuentan a ‘Toto’– cada una de las paredes de madera.

El destino de la casa fue la hacienda Las Mercedes, la cual para 1920 era vecina de lo que hoy se conoce como el centro comercial Hacienda Santa Bárbara.

(Le recomendamos leer: Jóvenes del Idipron llenaron de color el túnel de Monserrate).

Navarro era dueño de un vasto terreno rural en esa zona y allí instala su casa de París en Bogotá.

La otra historia, dice 'Toto', es mucho más sencilla: la casa fue copiada por un ingeniero a semejanza de la arquitectura parisina y construida acá en Bogotá, a petición de don Navarrito.

Muy conocido en Bogotá y en todo el país por su cuantiosa fortuna, sus excentricidades y por los repetidos líos en que se vio envuelto

La fortuna que acaudaló Navarro alcanzó a ser de 20 millones de pesos para 1950, al día de hoy esta cifra sería de 59.000 millones de pesos. Tal cantidad no la podría alcanzar ni siquiera alguien que se gane el Baloto, que acumula 38.000 millones de pesos.

El cronista Felipe González Toledo escribió en EL TIEMPO una serie de historias que narraron la vida y la trágica muerte de este magnate del siglo 20.

Así son las escaleras interiores de la casa.

Milton Díaz / EL TIEMPO

“Carlos Navarro Menéndez, personaje muy conocido en Bogotá y en todo el país por su cuantiosa fortuna, sus excentricidades y por los repetidos líos en que se vio envuelto, propios de su condición de rico solitario expuesto a la explotación de los codiciosos”.

González Toledo cuenta que el doctor Navarrito tenía dos únicas pasiones: los gallos y las mujeres.

Para unos era un hombre generoso, mientras para los otros era un cutre calificado

Tras quedar viudo de Isabel Sordo, en 1944, Navarro se convirtió en una persona solitaria, víctima también de la codicia de quienes lo veían como un blanco fácil para extorsionar. Tanto fue así que este abogado tuvo que exiliarse algunos años en Buenos Aires (Argentina), tras ser amenazado de muerte.

Navarro nunca tuvo hijos, pero sí muchos amoríos, incluso con su ama de llaves, Nelly, a quien terminó enviando a prisión tras denunciarla por el robo de joyas.

Y es que su hacienda Las Mercedes era un museo por dentro: montañas de libros por todo lado, pinturas de los más grandes artistas regadas por las paredes y joyas por doquier. Su favorita, cuenta González Toledo, era una esclava en monedas de oro del Imperio Romano, con un valor incalculable, que solo sus más cercanos la podían ver.

Sin embargo, tenía una fama de tacaño tan grande como su riqueza. “Para unos era un hombre generoso, mientras para los otros era un cutre calificado”, recuerda una de las crónicas.

En lo que sí gastaba el doctor Navarrito era en compra de finca raíz. Una de sus otras propiedades famosas era el edificio Navarro, en plena plaza de San Victorino. Hay quienes cuentan que a veces quería comprar casas que ya eran de él.

(Lea también: Estas son algunas de las leyendas urbanas más famosas de Bogotá).

Además de casas, joyas, libros y pinturas, Navarro amaba tomar leche de cabra, era una de sus excentricidades, y odiaba comer carne, por eso pagaba muy bien por un plato de vegetales.

“Lo ocurrido es que el doctor Navarrito gastaba con desprendimiento grandes sumas de dinero por algo que le gustaba, pero no empleaba cinco centavos en lo que no llamaba su atención. Simplemente, gastaba la plata para darse gusto. Eso era todo. Y como ya era poco lo que le gustaba, gastaba muy poco dinero. Invirtió dinerales en gallos y mujeres, en libros y leche de cabra, en esmeraldas y caballos, como gastó pesos alegremente en París y Fusagasugá. Pero rara vez dio una propina y jamás accedió a dar limosna”, dice sobre este magnate bogotano el periodista González Toledo.

Pero había algo a lo que Navarro siempre le temió: la muerte. No le gustaba hablar del asunto, por eso jamás dejó un testamento para heredar su riqueza.

El 3 de enero de 1962, González Toledo, quien muchas veces se reunió con Navarrito, empezó su crónica así: “Ayer volvimos a ver a don Carlos Navarro sin guardaespaldas, en la sola compañía de la muerte”.

Crónica de EL TIEMPO sobre la muerte de Navarro.

En la tarde del 2 de enero, Navarro salió de su hacienda hacia el centro de Bogotá en su Volkswagen, lo acompañaban su chofer Luis Chaves y su guardaespaldas Luis Novoa.

Al cruzar la esquina de la carrera 13 con calle 12, para dirigirse a una diligencia bancaria, un bus de servicio público lo arrolló. Navarro, quien siempre lucía un espeso bigote y trajes elegantes, cayó en el asfalto.

Sus trabajadores, al percatarse, lo llevaron en un taxi al hospital San Juan de Dios, pero había llegado muerto. Fue despedido en Usaquén, con un montón de curiosos que lo querían ver y que se preguntaban quiénes se quedarían con su fortuna.

Crónica de Felipe González sobre la muerte de Navarro.

(Puede interesarle: El cementerio oculto de Monserrate que alberga 50 bóvedas).

Como Navarro nunca dejó un testamento, toda su enorme fortuna de casas, joyas, pinturas y dinero fue a parar a la Beneficencia de Cundinamarca, que a su vez la vendió a don Guillermo González Zuleta, una eminencia de la construcción en Colombia.

Detrás de este ingeniero civil hay obras como el Coliseo El Campín, los estadios de Cali y Medellín, entre muchas otras.

La familia de don Guillermo González Zuleta, quien dejó 12 hijos, vivió en esa mansión por décadas, pero la ampliación de la carrera séptima significaba que esa casa debía desaparecer.

Esta es la casa Santa Clara cuando estaba ubicada en la hacienda Las Mercedes en la carrera Séptima de Bogotá.

Y en el debate de qué hacer con tan espectacular mansión, a alguien se le ocurrió otra locura: trasladarla a Monserrate.

Carlos Alberto Leyva, quien en ese entonces era gerente de Monserrate, fue la persona a quien se le ocurrió la idea de que esa casa maravillosa y símbolo de la ciudad en el siglo 20 no podría desaparecer.

Un día pasé por la séptima y me parecía increíble que esa casa tan bella fuera a ser destruida

En ese momento, hacia el año 1974, solo había dos casas que impedían la ampliación de la vía. Una pertenecía a un carpintero y la otra era la de González Zuleta. Como Leyva conocía a esa familia debido a que estudió en el mismo colegio de los hijos del ingeniero, citó a don Guillermo para convencerlo de que no la dejara destruir.

“Un día pasé por la séptima y me parecía increíble que esa casa tan bella fuera a ser destruida. En ese momento, el mismo EL TIEMPO publicó que le quedaban semanas. Fui adonde González Zuleta, quien era uno de los constructores del teleférico de Monserrate, y me di a la tarea de decirle que tarde que temprano iba a perder la casa. Le dije que por qué no la llevábamos a un sitio donde no se la quitara nadie y que siguiera en su recuerdo”, recuerda el empresario Leyva.

Y así logró que la gerencia de Monserrate se hiciera con la casa. Ahora, lo difícil era idear el plan para llevarla al cerro. En los planes de Leyva siempre estuvo en convertirla en un restaurante.

Luego, un equipo de trabajadores despiezó la casa en 33.000 partes, dice Leyva, quien recuerda cómo marcaron cada una, para que una vez en Monserrate no fuera un caos armarla. 

Eso sí, Leyva añade que detrás de la historia de Santa Clara aparecen situaciones muy novelescas, pero que “en ningún momento es cierto que se haya traído de Francia, quizá sí fue inspirada en París, pero no puede ser que la hayan traído desde Europa. Fue construida acá”.

(Le sugerimos leer: Monserrate, un refugio de Bogotá donde los colibríes trinan más fuerte).

Lo cierto es que sea traída o no de Francia, la casa sí está inspirada en París y es fascinante. Luego de más de 100 años de la construcción de la vivienda, no hay cómo comprobar cuál de las dos historias es la real.  

Así, la entonces casa de la hacienda Las Mercedes empezó a desmontarse, pieza por pieza, para llevarla en camiones hasta el centro de Bogotá. Cada una de las partes fue subida en el teleférico, de día y noche, amarradas a una canasta, para no interrumpir los viajes de los turistas.

El proceso fue largo y tedioso. No solo era subir las 33.000 partes de la casa, también, hallar el terreno perfecto donde la clavarían, con sus bases sólidas para que quedara fuerte.

De hecho, a la casa la ubicaron en una orilla del acantilado, por lo que la cimentación era clave.

La casa consta de 33.000 piezas.

Milton Díaz / EL TIEMPO

No sería la primera casa en Monserrate; antes del temblor de 1917, familias enteras vivían en las faldas de la montaña, pero la destrucción que dejó ese terremoto obligó a que paulatinamente las abandonaran.

Incluso, la iglesia del Señor Caído que hoy conocemos fue una restauración de aquella tragedia. En este templo también se guarda la figura en réplica de la Virgen Negra de Monserrate, la patrona de Cataluña, por la cual los españoles adoptaron el nombre de este cerro, que hace siglos era el lugar de pagamento más importante para los muiscas, cuenta ‘Toto’ Sánchez.

La iglesia del Señor Caído es hoy uno de los lugares más visitados por turistas en Bogotá.

Milton Díaz / EL TIEMPO

En pleno proceso de traslado de la casa, los obreros de Monserrate solían descansar en la casa campesina Panorama, la cual hoy se conoce como San Isidro, donde por ese entonces se comían las típicas onces bogotanas: chocolate con pan y queso. Ahora está transformada en un restaurante francés, el cual ideó  el propio Leyva.

(Le puede interesar: ¿Es realmente el cerro de Monserrate un volcán?).

Monserrate es un pequeño pueblo dentro de la montaña. Para esa época también había plaza de toros, de la cual solo quedan las ruinas, cárcel y un colegio. Hoy todavía se puede ver el cementerio, el colegio y el centro de salud. 

Solo hasta mediados de los 80 se terminó, completamente, la construcción del Santa Clara.

Todo eso suena bien. Cuando al otro día él despertó, solo veía paredes y estaba sin compañía

Don Ariel Pérez, un hombre blanco, rubio y de ojos claros que va para los 60 años, toda su vida vivió cerca de Monserrate. De niño recuerda cuando se colaba en la casa Santa Clara en plena construcción y jugaba tejo con sus amigos.

Su primer empleo fue en Santa Clara, cuando era restaurante italiano, que no dio resultados, por lo que la gerencia de Monserrate giró a un restaurante colombiano, el cual es la huella gastronómica de este espacio hasta el día de hoy.

Vista interior de la Santa Clara.

Milton Díaz / EL TIEMPO

Desde el año 86, Ariel ha trabajado en Santa Clara. Es la viva memoria de los años recientes de este lugar. Por su servicio, como mesero, han pasado reinas, políticos, deportistas y narcotraficantes.

Recuerda cuando atendió a Pablo Escobar, a los hermanos Rodríguez Orejuela. También a Pelé, Gabriel Batistuta y a Diego Maradona, a quien no recuerda con agrado por su trato hacia los empleados. Y a otros más insignes como Gabriel García Márquez.

Vista de Bogotá desde Monserrate.

Milton Díaz / EL TIEMPO

Pero las cosas más inolvidables que recuerda sobre esa mansión tienen que ver con los sustos que la gente se ha pegado dentro de esta mansión y las otras edificaciones de Monserrate, donde a las personas les suelen apagar o prender la luz y les botaban las ollas.

Uno de esos momentos miedosos pasó hace años con un vigilante. Ariel recuerda cómo el joven le dijo que había conquistado a una comensal. Por lo que terminó bajando con ella a Bogotá para cenar y bailar.

(Puede leer: Monserrate, más que tamal y chocolate / Opinión).

El momento terminó tan bien para la pareja que llegaron a un hotel del centro, donde pasaron la noche.

“Todo eso suena bien. Cuando al otro día él despertó, solo veía paredes y estaba sin compañía. La cama trancaba la puerta”, dice Ariel.

Ariel Pérez, trabajador de Monserrate. Detrás de él la Virgen Morena de Monserrat, que le da el nombre al cerro.

Milton Díaz / EL TIEMPO

El vigilante se vistió y salió de la habitación para preguntar en la recepción por su conquista. Sin embargo, allí le dijeron que él entró solo al hotel y que en ningún momento estuvo acompañado.

De hecho, dice Ariel, el joven fue a preguntar al bar donde había estado la noche anterior. La respuesta que le dieron fue la misma que la del hotel. “El vigilante había sido encantado y del susto jamás volvió a subir a esta casa”, recuerda Ariel.

Y otro de los casos, el cual ha pasado una que otra vez, tiene que ver con dos niñas vestidas de primera comunión que se aparecen en las ventanas y desaparecen súbitamente.

Estas historias que recuerda Ariel hacen parte de la magia que encierra Monserrate y la casa Santa Clara, el restaurante con la mejor vista de Bogotá.

La experiencia gastronómica en este lugar es una de las mejores de la ciudad, por el ambiente por el cual se rodea y por la comida que allí se hace.

Desde la subida de los alimentos, de los cilindros de gas y de otros elementos, todo se convierte en un arte.

El historiador Carlos ‘Toto’ Sánchez, embajador gastronómico de Restaurantes Monserrate.

Milton Díaz / EL TIEMPO

“La historia de la casa es una manera de acercarse, pero acá somos un centro de investigación de la cocina colombiana, que cuenta con cientos de productos del país. Hasta los platos en los cuales se sirven deben tener un arraigo”, dice ‘Toto’.

En el menú hay platos de las seis regiones culturales del país, con productos típicos, y el más emblemático es el ajiaco santafereño, siendo uno de los tres mejores de la capital. Lo sirven en cazuela de barro y con un vasito de crema de curuba.

Como la mayoría de personas que allí llegan son turistas, Santa Clara usualmente está lleno. En el piso principal funciona el gran salón del restaurante y bajando las escaleras está el café.

“Nuestra responsabilidad es que coman acá y se lleven lo mejor del país. Debe ser la mejor comida, los mejores productos. Todos los platos deben contar historias”, añade ‘Toto’. CRISTIAN ÁVILA JIMÉNEZ Subeditor de ELTIEMPO.COM

El lugar también es sede del concurso culinario Historias y Sazones, una oportunidad para que estudiantes de gastronomía hagan un plato típico que pueda hacer parte de la carta del restaurante. La final del certamen será este 14 de junio. Los platos que aquí se comen, como los desayunos, tienen precios de 14.000 pesos en adelante; los platos fuertes, desde 35.000 pesos; y los postres, desde 12.000 pesos. 

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